Mi tristeza es inevitable y hace tanta parte de mí como una risa ridícula y absurda de quinceañera que no piensa la vida premeditadamente sino como si fuera a ver ya a su traga.
Mi tristeza es tan real como la risa con la que me río ahora o como las lágrimas que salen ahora de mis ojos.
Mi tristeza es real, y para lo real el morbo sobra.
Mi tristeza me tortura, mi tristeza…
hoy ya no quiero hablar de mi tristeza porque estoy triste, porque me mantengo triste y reír a veces es necesario.
Mi tristeza es real y no un placer.
No digo más.
Me voy a bailar para ver si me aguanto esta existencia.
Y mañana, mi zolof después del desayuno.
Mi habitual zolof para que me ayude a soportar esta vida que apenas me soporto.
No, mi tristeza no es un adorno.
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