jueves, noviembre 20, 2014

Mamada

Mamada de proyectos conceptuales
Mamada de hacer bien a la sociedad
Mamada de no saber cómo hacer nada de eso
Mamada de no ser yo
Mamada de ni siquiera intentar ser yo
Mamada de no tener tiempo
Mamada de ver cómo pasa el tiempo
Mamada de ver cómo mi camino se separa cada vez más de mí
Mamada de vivir las consecuencias de mis decisiones
Mamada de entender que es lo mejor
Mamada de todo
Mamada.

sábado, agosto 23, 2014

La otra mitad

Y partió la ciudad en dos,
como si pudiera dividirla
para evitar el reencuentro.

La otra ciudad,
la otra mitad,
murió en mí.

domingo, agosto 17, 2014

Con el cerebro revuelto por manos ajenas

a ella y a los otros que me licuaron la realidad

Con el cerebro revuelto por manos ajenas 
que por órdenes ajenas revolvieron mis cosas
mis caóticas cosas…
mi cerebro caótico…
mi ordenado cerebro cuando mis cosas son tan caóticas como yo las deje.

Llegaron manos ajenas
que por órdenes ajenas
hicieron de la representación de mi cabeza 
en esta realidadcita 
una melcocha.

El tiempo perdido
el tiempo perdido 

Tantas cosas que hice
tantas cosas que ya no hice

Mi ánimo revuelto por manos ajenas.
Mi cerebro revuelto 
toda yo revuelta y perdida por manos ajenas,
en manos ajenas.

Ziruma, 17 de agosto de 2014

domingo, agosto 10, 2014

Asesinado el doctor Héctor Abad Gómez... (por Manuel Mejía Vallejo)

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El doctor Héctor Abad Gómez
ha muerto
Su familia invita a las exequias
que se celebrarán, hoy, a las 4 pm
en los Campos de Paz


Por Manuel Mejía Vallejo

Así rezará el cartel funerario, lo leeremos al lado de su cuerpo yacente, él, que siempre mantuvo una actitud erguida ante la vida, ante la autoridad cuando fue arbitraria, ante una sociedad indiferente y viciosa por no saber del mal ajeno, ante la injusticia y la crueldad de un mundo completamente desbordado (Héctor, hermano, estás definitivamente muerto, y todo en mí se rebela, y todo en mí grita que no puedo ver tu vida en fuga desde un país que ha perdido el respeto y la memoria.

Vos, mi camarada en tantas noches buenas, en las noches duras cuando creímos inocentemente que podríamos salvar a otros y salvarnos. Vos, Héctor, respiración tan junto al hombro, tan junto a la sangre, tan junto al pulso tranquilo o amargo de los días pero la literatura se va al diablo cuando miento tu nombre de hombre sano y bueno, vecino del caído, brazo abierto frente al desamparado, entero frente al universo y sus cosas Ahora estoy lleno de tus letras, y recupero mi derecho al llanto, a veces el llanto es necesario junto a la desolación.

Morir es ridículamente fácil, basta con dejar de respirar, o con olvidarse totalmente de los seres amados. Debería existir el derecho de escoger la hora de la muerte, o de envejecer serenamente junto a las tradiciones y costumbres auténticas La muerte ha caminado siempre cerca de nuestros pasos, y sería cobarde rehuirla cuando ataca las puertas que deberían guarecernos. Ahora yaces ahí, digno en tu muerte, cabal, señor, valeroso, tan dueño de tu bondad, tan completo en la ternura y el dolor y en la suave alegría de un simple cumpleaños, de un bautizo o un matrimonio, frente al paisaje de árboles altos, en los días azules para el regocijo.

Te recuerdo cuando en el Hospital de San Vicente, último año de tus estudios, tratabas de salvar una pobre mujer mal preñada, un herido de puñal o de vida, un desamparado merecedor de que los días lo quisieran, o por lo menos de que no lo ignoraran tan cruelmente. Te recuerdo cuando ibas en tus campañas a vacunar y proteger indios Guaíbos, katíos, huitotos y sibundoyes, y estabas contento por haber salvado unas vidas de esos nuestros hermanos del llano y de la selva. Te recuerdo en tu cátedra de medicina preventiva, en tus charlas sobre la dignidad del hombre y sus derechos. Te recuerdo cuando algunas noches hablábamos del amor y la piedad y la ternura y el olvido, frescos los corazones al viento de la patria. Te recuerdo con Cecilia en los momentos iniciales del amor y en el trajín de la vida, siempre a tu lado en la buena y en la mala; te recuerdo cuando hablabas de los hijos con  orgullo pausado, y cuando tus rodillas parecían conservar el peso suave de tus nietos.

Pero en este momento es verdad una verdad absurda: saber que Héctor Abad Gómez ha muerto, y que con él mueren algunos de nuestros propios años ¿ quién hablará como él de la paz y la concordia, quién dirá nuestros deterioros? Era una conciencia moral en este país cruel y desgarrado. Tal vez decir muerte equivalga a decir resurrección, y nuestra pequeña bondad creería inocentemente  en la bondad del mundo, como otro de los buenos engaños a que siempre nos han sometido. Tal vez tendríamos los brazos abiertos contra los fusiles, contra las bombas, contra el duro ejercicio del poder.  Tal vez.

Pero la tristeza - una palabra desacreditada- no podría decir ni la sombra de tu fuga, así estén húmedos los ojos y apretado el corazón. El llanto ya no lava nuestras culpas, ni el remordimiento ajeno devolverá los años del júbilo, cuando hablábamos de la esperanza y de los buenos días para el amor que irremediablemente debería llegar.

De pronto te convirtieron en una ficha más para esta lista negra de los bárbaros y los sombríos y los depravados, lista donde iban esos nombres  -Pedro Nel Valencia, Leonardo Betancur, Felipe Vélez Herrera- gente absolutamente irreemplazable y cuyo pecado único era creer en los seres humanos y tratar de buscarles un camino de libertad y serena confianza en la vida y en las cosas.

Ahora empezarás a poblar el recuerdo de quienes te tratamos y conocimos, ahora estás en el territorio oscuro de la muerte, a donde nuestro reclamo llegará, como otro olvido. Porque yo sé, Héctor hermano, que dentro de poco borrarán tus hermosos afanes: vivimos en un país que olvida sus mejores rostros, sus mejores impulsos, sus mejores guías, y la vida seguirá en su monotonía irremediable, de espaldas a los que nos dan razón de ser y de seguir viviendo. Yo sé que lamentarán la ausencia tuya, y un llanto de verdad humedecerá los ojos que te vieron y te conocieron. Después llegará ese tremendo borrón, porque somos tierra fácil para el olvido de lo que más queremos.

Te has ido definitivamente en un largo paseo al territorio de los sueños perdidos, donde ya ni las sombras tendrán su baja estatura. Te nos has ido sin aviso previo, no te lo perdonamos, no sé hasta qué medida debemos perdonar a los que te asesinaron. Únicamente estoy convencido de que en mi caserón de Ziruma habrá una flor permanente que recordará tu voz y tus canciones.

Ahora vendrán esas siempre vanas promesas de investigación exhaustivas; esas constancias de dolor colectivo que dejarán nuestras instituciones; esos lamentos más o menos protocolarios, como quien desganadamente se despide, y las placas conmemorativas, y los dolores sinceros ¿Dónde el ánimo de protesta verdadera y recuperación? ¿Dónde el doble de campanas que doblen por nosotros mismos? ¿Dónde los que permanecerán firmes como él? Porque siempre estuvo de frente y de pie, activo y vigilante, creedor de nuestro pueblo, sencillo y amoroso, altivo y humilde, dolor él mismo ante el dolor ajeno, luchador y esperanzado.

Yo sé, es cierto, que lamentarán tu ausencia, que dirán de tu presencia y tus bondades, que rezarán por tu descanso, que rescatarán tu nombre y pronunciarán discursos bien intencionados, pero nadie te resucitará, es un hecho atrozmente irrevocable. Yo sólo sé que ahora estoy llorando por tu ausencia injusta, Héctor Abad Gómez, por tu fuga irremediable, por lo que representabas en un mapa indiferente ante su propia sangre. Porque tu sangre ha manchado la reciente historia de un país que sigue siendo el nuestro y al que nadie podrá perdonar, así lo llevemos tan cerca del corazón Cómo nos duele Colombia, vulnerada y entrañable en esta hora de su via-crucis, que no pasa de ser una herida inmensa.

Hoy tengo temblor de rabia y angustia, cercano del arma que podría invitar a otra venganza porque estamos saturados, porque a la vida están convirtiéndola en el peor espanto. Pero sé, Héctor hermano, que también ese olvido llegará y será como un monstruo que todo lo arrasa y tampoco de tu nombre tendrán memoria. Yo sé que tu muerte será ligeramente inútil, y que tu heroísmo se agregará a todas las ausencias. Sé que los niños seguirán yendo a sus escuelas precarias, y los padres vigilarán los días del duro pan; sé que los ancianos seguirán añorando una tierra que debió haber sido la mejor, y sé que los himnos se repetirán en los labios insomnes. Sé que estamos escribiendo tu nombre en el viento.

Y seguiremos preguntándonos, como acaba de preguntar Adelaida, mi hija de cinco años: ”¿Por qué mataron al amigo de mi papá?”. Y la respuesta imposible: -”Hemos tocado fondo, niña pequeña”. Porque te has ido, amigo noble, y sin tu presencia serán oscuras las aulas y grises las calles y desamparado el paisaje que tanto querías. Porque a los campos de paz los han convertido en verdaderos campos de guerra.

Sin embargo sé también que a pesar de todo algún día la vida ganará y entonces recordaremos -recordarán los sobrevivientes- que eras un hombre de estatura excepcional, y alguien cantará una canción, o dirá un silencio en tu homenaje. Tal vez aún esté muy lejos el día de las semillas y las siembras, y más lejos todavía el buen tiempo  de cosechar.

Hoy, simplemente, los que te quisimos y admiramos venimos a despedirte
con pañuelos en las manos y en los ojos.

sábado, junio 14, 2014

"Cunyé, cunyé, cunyé"

cunyé, cunyé, cunyé 
amásalo con los pies

cunyé, cunyé, cunyé 
amásalo con los pies

cunyé, cunyé, cunyé 
amásalo con los pies

– canta la anciana feliz de ser anciana a su bisnieto

jueves, mayo 29, 2014

Milito al lado de mi país… Manuel Mejía Vallejo

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Orden del Congreso de la República de Colombia a Manuel Mejía Vallejo
MILITO AL LADO DE MI PAÍS
El Colombiano
Martes 11 de noviembre, 1997
Cultural 5C

En los momentos más lúcidos, como en las horas más difíciles, el escritor antioqueño siempre está con Colombia. Lo dijo al recibir el viernes la Orden del Congreso. Sus palabras fueron leídas por Jaime Jaramillo Panesso. He aquí el texto, con entretítulos nuestros.

Recibo con profundo agradecimiento esta condecoración, en momentos que exigen una seria reflexión entre los colombianos, y en particular entre los intelectuales y hombres de letras que a veces parecen perdidos o distantes, salvo excepciones, de los grandes problemas de la nación.
Una condecoración, que invoca para su imposición la democracia participativa y la construcción de la ley, debe, en primer lugar, dirigirse a ella. Nuestra democracia es una construcción particular, como lo ha sido en otros países del mundo que escogieron, desde hace muchos años, este camino. Para que una democracia funcione se requiere, ante todo, de ciudadanos convencidos de su papel dentro del Estado. Colombia tiene muchos habitantes, treinta y siete millones, pero pocos ciudadanos y ciudadanas. La ciudadanía no nace a los diez y ocho años en cada colombiano, sino que se forma desde la crisálida de la niñez, hasta el ejercicio participación total, con responsabilidad, en la adultez. Es un asunto de educación, y es un asunto de satisfacción con la forma y nivel de la vida de la nación. Contra el ejercicio ciudadano conspiran, no sólo las tentaciones resentidas de la izquierda totalitaria, sino el ejercicio autoritario de quienes ejercen el poder. La Constitución de 1991 abrió importantes puertas a una mayor democracia y a la reconstrucción de un Estado más fraternal y amable. Pero necesitamos incluir a los disidentes que recurren al fuego de las armas, y requerimos una sociedad con mayor equidad, la cual no se logra sin una profunda reforma de la propiedad agraria y sin una aplicación equilibrada de los presupuestos de Estado. Para ambos casos necesitamos la paz.

RECONCILIACIÓN
No está lejos el momento para iniciar este proceso de reconciliación en el cual los intelectuales y los hombres y mujeres de la cultura no pueden estar a la expectativa, sino producir hechos, y compromisos para que la democracia se consolide. Yo sé que existen proclividades sentimentales y miedos. Pero el momento no admite una espera contemporizadora.
De otro lado, las fuerzas políticas que agrupan con distintas opiniones, a la gran mayoría del pueblo, tienen que reflexionar y corregir rumbos internos. Para que la paz sea producto del más amplio consenso, los partidos, fracciones y sus movimientos deben tener un entendimiento mínimo nacional sobre una plataforma que nos permita sobrevivir como nación. De lo contrario las fuerzas disolventes de todo tipo de delincuencia, las presiones extranjeras de orden político y económico, presiones que van desde los vecinos fronterizos  hasta las potencias y las organizaciones internacionales, nos pueden llevar al colapso y al fraccionamiento.
Invoco como escritor el poder traumatúrgico de la palabra para que sirva no sólo al diálogo, a la tolerancia y la paz, sino como instrumento de la nación para dar el salto que supere nuestras divisiones internas y el apocamiento de la academia, las artes y las ciencias, en este obligatorio renacimiento del alma y la inteligencia de la patria.
Como bien lo saben ustedes los aquí presentes, tengo especial predilección por Antioquia, esa que discurre en mis obras y en mis sueños. La palpo con la yema de mis pensamientos y pasiones, y la encuentro vigorosa. Pero Antioquia necesita cohesionar sus gentes para un proyecto de desarrollo sostenible y descentralizado que incorpore a sus más lejanos municipios para que el Valle del Aburrá, y su capital departamental, no se conviertan en un monstruo macrocefálico que agote a la provincia, exprima a los habitantes más lejanos y marchite la vida económica de la comarca.

A MIS AMIGOS
Antioquia nunca ha dejado su liderazgo en muchos aspectos de la vida nacional. Pero si no reconstruimos un equipo dirigente integrado, en donde empresarios, líderes comunitarios y sociales, académicos, intelectuales, políticos y periodistas señalen de manera mancomunada, los planes y los objetivos de una sociedad moderna y revisada, Antioquia llorará sobre su pobre negación y estancamiento. Entonces el ron de mis amores dejará de ser el símbolo, y el bambuco rodará sobre las piedras sin que arriero alguno recoja sus sentidas melodías, ni habrá mula de cuatro patas que lo acompañe en las lomas de la historia.
Guardo las fundadas esperanzas de que la democracia colombiana sea mucho más que una condecoración. Que, además, sea defendida por la gran mayoría de nuestros ciudadanos, porque hace parte de la cotidianidad y de la convivencia. Llamo a mis amigos de la cultura y de las letras para que, sin abandonar su independencia de criterios, se expresen colectivamente frente a las circunstancias asumiendo el reto de ayudarle al porvenir de la nación de manera propositiva, rescatando para todos los colombianos el sentido de lo político, valga decir, de lo público, como objeto de la ciudadanía toda, sin distingos de ninguna clase, para que cierre el foso de los que presuntamente piensan y de los que presuntamente administran en nombre de todos.
Recibo la Orden del Congreso de Colombia como un reconocimiento al ciudadano y como un estímulo al escritor. Tengan la seguridad, Señores Congresistas y oferentes, que milito al lado de mi país en sus momentos más lúcidos y en las horas más difíciles. Gracias por inscribir mi nombre al lado del Estado de Derecho.

Manuel Mejía Vallejo
Noviembre de 1997

miércoles, enero 22, 2014