miércoles, junio 24, 2009

Despidiendo a Doña Marta

El otro, el otro, le dice Teresita Gómez a Consuelo Mejía para que toque otra pieza para doña Marta.

Teresita está triste, así como está todo el mundo en el colegio de música, en la celebración de la muerte de Marta. No es un error escribir celebración, pues eso, precisamente, es lo que parece y es como se debe acabar la vida de una persona que vivió la vida como ella.

No es mucho lo que yo puedo decir de Marta Agudelo, Doña Marta, pues en realidad no creo haber hablado mucho directamente con ella, pero mientras fui al colegio de música, la veía a ella, siempre mirando las situaciones, silenciando a la gente que no estaba en clases, y siempre mirando el mundo con una fuerza interna impresionante.

La muerte… la muerte… la muerte. Hoy la muerte ha hablado contundentemente. Primero, mi mamá amanece leyendo una email de mi hermano en el que habla de la hipotética muerte de mi mamá y luego leo que se murió Marta Agudelo en un correo que Tita envió por facebook.

La vida la despide entre lo que tuvo siempre: música, familia y amigos.

– Dani, Dani, Dani…– y Daniel Escobar se sienta en el piano y toca una canción de ella. Todo el mundo la canta. Después de tres canciones. Martica Maya le pone a Daniel en el piano todos los libros de la mamá y, en el salón en el que ha enseñado desde que Jose Fernando Ángel (quien se sienta a mi lado) construyó en 1979 y donde se encuentra el ataúd a la derecha con fotos, flores y cosas cotidianas de ella en el Colegio; al lado izquierdo el piano.

Veo a Milena correr a la casa y salir con un par de pastelitos que les entrega a los señores de la Funeraria Medellín que han esperado bastante en esta atípica velación que se está demorando muchísimo más de lo normal pues entre música vivió y entre música se va y muchos músicos han pasado por las manos de ella o de su extensión: el Colegio de Música de Medellín.

Mi mamá y Vale se tienen que ir y yo me quedo con Milena, pues quise mucho a Doña Marta y quiero mucho a los hijos. Me siento al lado de Raúl que me dice que qué bueno que me quedé.

– Hace un segundo le dice Álvaro a Mile: "oíste, Mile, ¿por qué no llamás a los de la funeraria pa' que nos alquilen una hora más de ataúd?– añade muerto de la risa.

Por allá Daniel grita:
– Rauuuuuúl– y él, al lado, responde pasito:
- No, a mí que no me vayan a llamar…

Raúl empieza a contar cosas de la mamá pero en ese momento empieza a sonar Luis A. Calvo tocado por Teresita Gómez.
– ah, el Intermezzo de Calvo– dice Raúl. Yo, con un poquito de pena, me levanto en silencio y me acerco para mirarla a través del vidrio del patiecito de atrás del salón.

Es estremecedor oír a Teresita tocar en ese momento, con el dolor de despedir a Marta, que fue la que le enseñó piano y la vida al principio.

Termina de tocar, triste y se levanta.

Sigue el silencio de la última despedida y también yo me acerco, prudente, al ataúd, para la verificación de la muerte (siempre lo hago para que mi cuerpo también se despida de los muertos).

Después subimos a la casa. Allá está la familia y los amigos más cercanos (entre los cuales no creo estar incluida, pero sí crecí entre ellos y me siento bienvenida). Teresita está sentada en una silla del comedor tomándose lentamente un aguardiente. Es, tal vez, la más triste, pues no pudo despedirse de ella y la historia es muy compleja. Los hijos sabían que se tenía que ir.

Tita dijo: "vivió como me dio la gana y se murió cuando le dio la gana"

Feliz camino, Doña Marta.

Nací con esta luna